La provincia
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Mellado incorpora en su lenguaje rasgos peculiares de la personalidad chilena: la ironía y el doble sentido. En este momento recuerdo una canción de Violeta Parra, “La cueca de los poetas”, que comienza refiriéndose a los faisanes y los pavo reales, cuando nada nos haría pensar en relacionar a los poetas, y mucho menos a la poesía chilena con estas aves. Pero quienes conocen bien las personalidades de los poetas chilenos –y los poetas del mundo en general– sabe que, en muchos casos, se trata de personas con un ego insuflado por algún tipo de saber especial que ellos creen poseer y dominar como nadie más. Ahí está la ironía encendida: Violeta nos introduce en su canción ironizando con aquello que los poetas le parecen: pavos reales, faisanes, aves de plumajes coloridos que inflan el pecho para tratar de llamar la atención por sobre los otros pájaros de la jaula. En este caso, la ironía es también una forma de metáfora, y en ese sentido ha sido justamente el hermano de Violeta, Nicanor Parra quien nos ha enseñado los verdaderos alcances de la ironía en la poesía, cuando publicó en 1954 su libro Poemas y antipoemas. El término de antipoema es ya una primera ironía: aquella forma literaria que usa, no una metáfora en pos de la belleza, sino de la verdad más dura, “como el cascarón de un pez”. Ese tono descascarado de Parra, sus poemas en apariencia “feos”, en nada emparentados con la poesía romanticona y dulzona de su época, lo hizo acreedor de varias críticas por parte de sus pares. Con el paso del tiempo, el respeto que merece su obra y su persona ha demostrado que no estaba equivocado. Mellado es uno de los pocos escritores chilenos que ha sido capaz de replicar en la narrativa esa utilización de la ironía como metáfora crítica. En este momento no recuerdo otro nombre que lo haya hecho con tanta consistencia. Suena en mi oído el nombre de Alfonso Alcalde, pero a diferencia de Mellado, Alcalde desarrolló su narrativa con un tono más bien picaresco que irónico, y definitivamente preocupado de reivindicar a los pobres a través de su escritura. A diferencia de Alcalde, Mellado no pretende reivindicar a nadie, sino todo lo contrario: quiere burlarse de los personajes que considera deleznables, y criticarlos con el arma más poderosa de la crítica, el ridículo.
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